EL SEÑOR DE LOZANILLOS

Ideas, testimonio, humor y reflexiones para que las piedras del camino sean escalones y no obstáculos.
Para PASARLO BIEN HACIENDO EL BIEN

jueves, 18 de octubre de 2012

Al borde del precipicio (III)

(...)

Caminaba rápidamente hacia el faro. Al irme acercando, su luz me permitía ver con mayor claridad. Lo que me había parecido una verde y limpia pradera, tenía en realidad una serie de manchas, formadas por distintos grupo de personas que fui descubriendo y observando a mi paso.

Lo primero que vi, llamó mucho mi atención: era una familia, feliz en apariencia, que descansaba junta en un sofá y atendía a lo que me pareció un televisor. No hablaban entre ellos; no se miraban. En lugar de un 'nosotros', eran uno más uno más uno más uno... Reían, lloraban, se asombraban... pero cada uno ensimismado en su propia existencia. Detrás de la pantalla, parecía asomar un halo de oscuridad. Quise acercarme, pero no hizo falta, pues fue como si la escena completa girase para mí. Me sobrecogí al ver que, detrás de aquella especie de caja con imágenes, una aterradora y desagradable presencia oscura, igual que las que había visto un rato antes, manejaba con sus manos a los irreales personajes televisivos que captaban la atención de la familia. Mientras, sus corazones se iban llenando de aquellas cosas sin sentido, en el lugar que la luz había ocupado hasta entonces.

Tuve la inquietud de hacer algo, pero comprendí que debía seguir caminando, aunque sin olvidar aquel episodio.

Ganando metros, con el paso acelerado, llegué a una casa de aspecto moderno y elegante. La puerta estaba abierta y pasé, esperando encontrarme con alguien. Se podía cortar el silencio, pero sentí que había gente dentro. No me equivoqué. Estaban allí todos los miembros de aquella misma familia. ¿Cómo podían haber llegado antes que yo?

Me acerqué a la puerta de la cocina. El padre estaba sentado, leyendo un periódico en su tableta y atendiendo de reojo a los mensajes que entraban en su teléfono, mientras tomaba un café. Una pequeña televisión, que nadie parecía mirar, ponía una barrera más entre él y su esposa, que preparaba algo de comer, al tiempo que mensajeaba con sus amigas a través de su celular. De vez en cuando, se reía sola. Ninguno de los dos advirtió mi presencia.

Subí por las escaleras y vi dos puertas entreabiertas; eran los dormitorios de sus dos hijos. La niña, de unos catorce años, acababa de salir del baño, donde se había hecho fotos frente al espejo, poniendo morritos en una actitud inconscientemente lasciva; enseguida las subía a una red social y contemplaba el resultado en la pantalla de su ordenador, mientras chateaba con sus amigas. Quería con el alma que alguien la quisiera.

En el otro cuarto estaba su hermano: otro adolescente, un par de años mayor, que compaginaba en su portátil la actividad frenética de un violento videojuego con los vistazos furtivos a una página porno, vigilando que sus padres no fueran a irrumpir en la habitación. Cada cierto tiempo, borraba el historial de visitas de su equipo, por si las moscas. Una música ensordecedora retumbaba bajo unos grandes y modernos auriculares. Quería aprender a ser un hombre, pero su padre estaba demasiado ocupado.

Al fondo del pasillo estaba el dormitorio del matrimonio. Asomé la cabeza y la mujer, en la cama, apoyada en dos grandes almohadones y mirando al infinito. Su mente no paraba de dar vueltas a mil cosas, que ahogaban los gritos su corazón; prefería no escucharlos, pues sabía que de hacerlo, demasiadas cosas tendrían que cambiar. Él llegó del baño, sudando bajo su pijama gris y sonriendo con una mueca desagradable e indiferente. Ella le miró con desprecio y se tumbó, dándole la espalda. Sin que se diese cuenta, él le hizo una infantil peineta, se metió en la cama y cogió un libro de autoayuda y liderazgo, cuya lectura vacía alternava con miradas compulsivas a su teléfono móvil.

Con un gran desasosiego, sentí que aquella familia estaba rota por dentro, aunque de cara al exterior parecía un modelo de éxito. El amor que quizás hubo algún día, se les escurrió como arena entre los dedos, por no saber amar realmente; y sus hijos, con los que ambos pretendieron haberse volcado, sólo heredaron de ellos el vacío de sus corazones, la falta de amor entre sus padres, que era lo único que anhelaban para vivir felices.

Sus heridas iban creciendo en silencio, sin que nadie las viera, anestesiadas por la placentera inmediatez de la tecnología y por las falsas amistades cibernéticas.

Tampoco allí podía hacer nada por ellos. Lloré amargamente y seguí caminando hacia el faro; no debía entretenerme.


(CONTINUARÁ...)


lunes, 15 de octubre de 2012

Al borde del precipicio (II)


(...)

Descubrí que no todo estaba perdido porque al pie del acantilado, donde las olas rompían con más rabia, había unas cuantas mujeres ayudando a salir del agua a las que habían caído. Incluso algunas se sumergían, poniendo en riesgo su propia vida, para rescatar del fondo a quienes estuvieran dispuestas a agarrar su mano. Entre ellas, me pareció distinguir a María José, a Victoria y otra vez a Esperanza.

El rasgo común de las que salían del agua, ayudadas por una mano amiga y desconocida, era su expresión: una terrible ausencia de esperanza apagaba sus rostros y sus miradas se perdían en el vacío. Habían sido víctimas de un doble engaño: el de acceder al abismo como su única salida y, una vez abajo, el sentimiento de que todo estaba perdido. 

Algunas de ellas tomaban una actitud extraña: pretendían mostrarse felices, desenfadadas, como si nada les hubiera sucedido. Y cuando recibían el ofrecimiento de ayuda, se exaltaban e insultaban a quienes pretendían hacerlo, diciéndoles que estaban perfectamente. Era muy raro, porque en mi sueño, yo veía a cada persona tal y como era: con sus heridas, con sus carencias afectivas, con sus dolores, reflejados en el cuerpo. Y esas mujeres, que decían no necesitar ayuda, estaban realmente malheridas y nadie parecía verlo. Y seguían, huyendo de la realidad, a unos mentirosos que se escondían en frías y oscuras cuevas, junto al acantilado, que les decían:

- "Tranquila, pero si no te pasa nada... tú estás perfectamente y has hecho lo que debías... ven con nosotros; estarás bien..."

Aquellos personajes tenían el corazón negro; y siempre hablaban situándose de espaldas al sol, para que nunca pudiesen ver sus verdaderos rostros, carcomidos por el odio.

Sin embargo, había otras buenas personas; unas ayudaban con su sabiduría, sus consejos, su escucha, su tiempo. Algunos hombres, vestidos de negro, les regalaban aceite para sus heridas a cambio de un poco de su dolor; y les invitaban a conocer a su Jefe, que según decían, era el mayor productor aceitero del mundo. 

Tras observar, me acerqué con cuidado, tratando de pasar inadvertido, y pude contemplar conversaciones sinceras entre mujeres, con una enorme carga emocional y llenas de misericordia. Unas ayudaban a las otras, compartiéndoles su testimonio: “... yo hace tiempo, también salté del precipicio... yo lo hice tres veces y hasta que no bajé la cabeza y acepté que estaba mal, mi vida fue un infierno... yo aún tengo pesadillas...” Era un lenguaje lleno de amor, de gratuidad, de verdad y de comprensión. Y se les invitaba a comenzar un camino de sanación, en el que curar las heridas del cuerpo y del alma; en el que perdonar y ser perdonadas. En el que aprender a amar. 

Tardaban meses, años... pero muchas de aquellas lograban regresar a la pradera. Algunas decidían convertir su vida en un servicio a las que seguían cayendo al abismo, respondiendo así a la llamada de la fecundidad; era su forma de dar vida y devolver el amor recibido, dando así sentido a su vocación esponsal. El ser para otro les devolvía a la senda de la felicidad, a una vida nueva, con esperanza e ilusión.

Regresé entonces a la pradera, muy pensativo. Había visto personas tratando de evitar las caídas al vacío. Había visto a otras atendiendo a quienes ya se habían precipitado. Pero no comprendía nada. ¿Qué sentido tenía todo aquello? ¿Qué tipo de fuerza empujaba a tantas mujeres a dar un paso tan terrible, tan absurdo, ofreciéndose como una salida y volviéndose luego en su contra, con el amargo fruto de la desesperanza? Tenía que encontrar una respuesta a mis interrogantes, consciente de que mi sueño era demasiado real y no podía terminar así.

Anochecía. Caminaba sin rumbo, absorto en mis pensamientos, cuando un fugaz destello arrebató mi atención; vi entonces un faro, enorme, a lo lejos. Su cálida luz envolvía, a su paso, todo cuanto alcanzaba a ver. 

- "Qué raro... juraría que antes no había ningún faro por aquí" -me dije-.

Sin pensarlo, me encaminé hacia él con paso decidido, presintiendo que al hacerlo, encontraría las respuestas que necesitaba.

(CONTINUARÁ...)

miércoles, 10 de octubre de 2012

Al borde del precipicio

Tuve un sueño:

Estaba en un lugar en el que un solo paso separaba la vida y la muerte. Una verde y extensa pradera, cuyo principio se perdía en el horizonte y que terminaba en un enorme precipicio. Al asomarme, vi un mar prodigioso, aparentemente infinito, con un oleaje susurrante y una aparente promesa de libertad. Pero algo mi hizo mirar con atención y lo que vi fue terrible: al fondo, en el abismo oscuro y tenebroso, yacían los cuerpos sin vida de mujeres que, engañadas, habían dado un paso sin retorno. El mar se tornaba negro y las olas parecían tener el rostro de una bestia a punto de devorar a su presa. En el ruido de las olas, se escuchaban sus lamentos.

Me volví, aturdido, y descubrí en la llanura a una mujer que caminaba hacia mí. El reflejo del sol no me dejaba ver bien su cara. Un vestido blanco hacía resaltar aún más su rojiza cabellera, que jugaba acariciada por la suave brisa. Sus manos, sobre el vientre, me hicieron intuir su incipiente embarazo.

- "Hola" -le dije, cuando llegó hasta mí- "¿Adónde vas? ¿Qué haces en este sitio?"

Su mirada, perdida y sin esperanza, contrastaba con su gran belleza, que se iba apagando a medida que se acercaba al borde del precipicio. Su pelo se volvió lacio y sin vida y su vestido parecía tornarse en un gris ceniza. No paraba de caminar, a pesar de mis palabras; me puse delante de ella, gesticulando y hablando más fuerte, para llamar su atención.

- "¡Hey, hola... pero ¿adónde vas, muchacha? ¿No ves que tienes un precipicio ahí mismo? Te vas a caer si no te detienes."

- "¿Eh? Ah, sí.. emmm... hola, perdona... ahora no te puedo atender. Tengo que hacer algo importante... bueno, no sé si quiero hacerlo. ¡Tengo que hacerlo! 

Instintivamente, di un giro a mis palabras para llamar su atención, viendo que de lo contrario se precipitaría sin remedio hacia el abismo.

- "Sí, sí, pero antes... ¿puedes ayudarme un momento a mover esa piedra de ahí? Debajo hay unas monedas que he venido a buscar para poder dar de comer a mis hijos. ¡Por favor, échame una mano; necesito tu ayuda!"

En su corazón aún había algo vivo, una chispa que la alentó a salir de sí, a llevar a cabo un acto de entrega desinteresada a una persona que acababa de conocer. Se detuvo, se me acercó y juntos caminamos hacia un enorme pedrusco, que pudimos mover con dificultad. Mientras lo hacíamos, ella recuperaba velozmente su belleza, perdida por momentos. Su rostro se iluminó cuando vio el tesoro escondido bajo la piedra: al tomar la las monedas, medio enterradas en el barro, la poca agua que había se tornó cristalina; y como un espejo, reflejó a la chica en su plenitud; y descubrió una promesa de una belleza auténtica, de algo más grande que la amaba desde siempre, tal como era y que no la juzgaba. Comprendió que que la vida era un regalo, y que estaba llamada a amar y a ser amada. Y a dar vida. También vio, reflejado en el agua, a su hijo, al que llevaba en su seno.

- "¡Gracias!" -me dijo emocionada, mientras los dos nos poníamos en pie- "si tú no llegas a estar aquí, hubiera hecho una locura. Todo y todos a mi alrededor me empujaban hacia el precipicio, el ruido no me permitía escuchar nada; en el fondo de mi corazón, yo sabía que no debía hacerlo, pero... no podía detenerme, tenía que seguir caminando, ya no sabía quién era yo. ¡Gracias, gracias!"

Me sentí confuso y muy feliz por un instante. Todo se embelleció: el sol brillaba más, el prado era más verde, la brisa más suave... Pero, ¿Qué hacía yo allí? ¿Qué lugar era aquél? Mientras recibía su abrazo, sincero y agradecido, miré a nuestro alrededor y descubrí que algunas personas, conocidas y muy queridas, estaban pasando por lo mismo que yo: vi a Esperanza, a María, a Manuel, a Lola, a Jesús, a Amelia, a Conrado, a Pilar, a Juanjo, a Alicia, a Kike... cada uno de ellos hablaba con una joven, la acercaba a una piedra y al pedirle su ayuda, sacaba de ella ese resquicio de amor, que era suficiente para salvar su vida... y la de su hijo. Me alegré.

Pero mientras esto ocurría, miles de pequeñas sombras de muerte iban oscureciendo y arrastrando a otras muchas mujeres, que caminaban aturdidas hacia un trágico final, sin que los que estábamos allí pudiéramos hacer nada, por más que corríamos hacia cada una de ellas. El mal era demasiado y nosotros, muy pocos. Muchas no tenían esa pizca de amor en su corazón, sencillamente porque nunca lo habían conocido, ni siquiera con sus padres. Me entristecí.

En mi abatimiento, algo me hizo acercarme al borde del precipicio y observar. Y descubrí que no todo estaba perdido. 

(CONTINUARÁ...)







jueves, 27 de septiembre de 2012

La Santísima Trinidad en mis brazos

En una ocasión, escuché a don Juan Antonio Reig-Plà decir que "... las familias cristianas han de tomar conciencia de ser sujetos de evangelización imprescindibles, como auténticas iglesias domésticas, para lo cual precisan ser escuelas de oración, de catequesis familiar, con presencia activa en escuela y centros educativos... La Iglesia necesita ser de nuevo un hogar de misericordia, y debe activar su acción a través de familias, colegios, parroquias... para acoger a todos los malheridos que la vida ha dejado en la cuneta..."

Sin pretender ser ejemplo de nada, reconozco que estamos viviendo el inmenso regalo de esa toma de conciencia: y es que nuestra familia, lejos de ser un chiringuito cerrado para el auto-regocijo, se está convirtiendo en una especie de imán, al que cada vez se acercan más personas, atraídas por una irresistible Belleza; y no me refiero a la de mi señora esposa -que también- ni a la de mis hijos, ni mucho menos a la mía. La Belleza de la que hablo es la de Cristo, a quien hemos abierto la puerta de casa a través de María y se ha instalado para quedarse. ¡Y vaya si tiene atractivo!

Uno de los frutos más visibles que experimentamos es que nuestra familia crece. No hemos tenido más hijos biológicos que los seis que día a día nos enamoran y unen cada vez más; pero sí que se van sumando nuevos hijos, nuevos hermanos espirituales, con quienes compartimos la fe; a través del grupo de oración, de las peregrinaciones, de la amistad, del compartir, del aprender juntos a convertirnos en don; del amar y ser amados. Como decía Juan Pablo II en un grupo de familias del Camino Neocatecumental, “... el amor desborda y va creciendo, abarcándolo todo...”.

De modo que no podemos menos que decir un enorme GRACIAS a Dios por tanto como nos regala cada día. Es verdad eso del ciento por uno; doy fe de ello.


Hace unos meses, unos catorce de esta gran familia que sigue creciendo, hicimos una peregrinación express: salimos el sábado por la mañana de Madrid, rumbo a Cantabria, para regresar el domingo por la noche. El plan consistió en estar en Garabandal un par de horas y luego llegar a un pueblecito junto a la costa, cerca de Comillas, donde unas monjitas nos darían posada la noche del sábado. Disfrutamos juntos del viaje, de los amigos, de la maravillosa naturaleza del norte de España, pero sobre todo, disfrutamos del Amor de Dios.



Y es que tuvimos el privilegio de poder vivir la Vigilia de Pentecostés de una forma muy especial: en una capilla del convento de aquellas religiosas, junto a ellas, el sacerdote y otros cuatro jóvenes; eso era todo. Pero el Espíritu Santo no necesitaba más para derramarse sobre unos afortunados y debiluchos personajes, como hace dos mil años.

Fue una celebración maravillosa; hasta mis hijos más pequeños estuvieron atentos como nunca a las lecturas, a la homilía... no sé si fue lo mucho que ésta duró, o si fue el ‘descanso en el Espíritu’ pero Jaime, el pequeñajo de cuatro años, cayó dormido en mis brazos como en la segunda parte de la prórroga. Mientras, el apasionado sacerdote, nos hablaba sobre la amistad incondicional de Jesús. Y se dirigió a Tomás, -el de siete años- que atendía interesado, para que le echara una mano con su argumentación:

“Imagínate que estás jugando un partido de fútbol. De repente, cuando vas corriendo con el balón, te hacen la zancadilla, te haces daño y te quedas en el suelo, lastimado. Tu mejor amigo, que juega en tu equipo, ve lo que ha ocurrido y... ¿qué hace? ¿pasa completamente de ti, o se acerca y te ayuda...?”

Viendo la cara de Tomás, intuí enseguida en cuál de sus amigos estaba pensando; uno muy, muy amigo, y muy futbolero, de estos a quienes pierde la pasión. Así que respondió, sin dudarlo...

“Pasaría de mí”

Las risas y la sorpresa de todos no se hicieron esperar, ante tan inesperada y segura respuesta. El sacerdote, muerto de risa por dentro, pero disimulando como podía, para no perder su argumento, insistió:

“Ya, pero... imagínate que realmente te has hecho mucho daño, te lamentas, tratas de levantarte y no puedes. Y tu amigo llega hasta tu lado con preocupación. ¿Qué haría entonces TU MEJOR AMIGO? ¿Te ayudaría o pasaría de ti...?

“Pasaría de mí...” -volvió a responder, sin pestañear.

El pobre cura no podía creerlo. El enano impertinente le estaba chafando su magnífica homilía, mientras el resto de los fieles nos partíamos de risa con la situación. Así que tuvo que pedir auxilio al hermano mayor, Álvaro, quien finalmente le sacó del apuro, haciendo entrar en razón a Tomás, que no terminaba de verlo claro.

Fue un momento desternillante, en el que todos los presentes comprobamos que Dios no sólo es Amor, sino humor.



Como pudo, prosiguió con la homilía, centrándose esta vez en la profundidad de Juan Pablo II, cuando nos decía que no sólo somos imagen y semejanza, sino también presencia de Dios. Imagen... semejanza... y presencia de Dios. ¡Casi nada!

En un momento dado, se vuelve hacia donde estoy sentado, con Jaime profundamente dormido en mis brazos, y me dice:

“Tú... ¿tú eres consciente de a quién tiene cogido en tu regazo?”

Después de cómo iba transcurriendo la homilía, podía pasar cualquier cosa. Y así fue:

“¡La Santísima Trinidad! ¡Tienes en tus brazos a la Santísima Trinidad...!”

Se hizo el silencio. Aquella afirmación nos dejó impresionados a todos; bueno, a todos menos a Jaime, que siguió durmiendo tan plácidamente. Las monjitas le miraban con ternura. Algunos, parecían comprender el misterio de la contemplación, viendo al bendito dormilón, indefenso pero confiado, débil pero seguro, descansando en la certeza de los brazos de su padre.

Somos imagen, semejanza y presencia de Dios; de un Dios que es Comunión y Solidaridad. El cura no se cansó de repetirlo. En la comunión del hombre y la mujer, que corresponde a la comunión intratinitaria de Dios, se manifiesta la imagen y semejanza. Si el ser humano es imagen y semejanza de Dios en cuanto a la llamada a ser comunión de personas, si somos semejantes a un Dios abajado y hecho carne, somos también presencia suya, templo suyo. Si  en verdad nos creemos esto... ¿Por qué no somos como Jaime y nos abandonamos en los brazos del Padre? ¿Por qué nunca terminamos de hacernos como niños?













miércoles, 16 de mayo de 2012

MEDJUJOVEN 2012

Lo que hace seis años empezó como la aventura de cuatro chalaos, se ha convertido casi en una tradición.

Desde luego que es una aventura, aunque para algunos es mucho más.

Juzga tú mismo:


miércoles, 18 de abril de 2012

80 años de amor en 1000 palabras


Desde hace unos años, cuando miraba en lontananza la llegada del 80 cumpleaños de Fanny, mi madre, imaginaba cómo celebrarlo junto a ella. Pensaba en regalarle un viaje a su Chile natal, adonde no ha ido en los últimos sesenta años. También pretendía juntar, quizás por última vez, a los cuatro hermanos. Soñaba, al menos, con poder acompañarla y compartir con ella este día grande. 

Sin embargo, cosas de la Providencia, nos toca vivir a distancia una fecha tan señalada como hoy, 18 de abril de 2012, en que cumple ochenta años. La salud, la economía y algún otro impedimento, han hecho imposible el encuentro y la fiesta. Me duele un montón, porque pretendía rendirle el homenaje que merece por sus ochenta años de amor. Pero como sé que le gusta leer las cosas que escribo (amor de madre), voy a dedicarle unas letras.


El niño que llevo dentro, ese que años atrás no comprendía tantas y tantas cosas, ese que no sabía apreciar tantas actuaciones, es quien se pone ahora delante del teclado.

Gracias, mamá, por la vida. Porque llegué a este mundo de forma inesperada y complicada, y aun así, fuiste valiente y decidida para tenerme y apostar por mí, a pesar del miedo y el desconcierto que significó para ti quedarte embarazada en aquellas circunstancias.

Gracias, mamá por tu decisión. Por renunciar a tu propia vida, a tu amor, a tus anhelos, al hombre de tu vida, a tu prestigio profesional a cambio de la peligrosa aventura de convertirte en madre soltera y sin trabajo en medio de una ciudad desconocida.

Gracias, mamá, por tu sacrificio. Por el SÍ QUIERO que implicaba decir NO a tantas cosas, a tu tiempo, a viajar, a divertirte de otra manera, a triunfar como artista... a cambio de mí.

Gracias, mamá, por tu esfuerzo. Por disfrazar un alma bohemia y de artista como la tuya en la de una mujer ordenada y disciplinada, para sacar adelante a tu hijo con horas y horas... y más horas de trabajo, que no siempre te gustaba.

Gracias, mamá, por tu tiempo. Por no limitarte a sacarme adelante en lo económico, sino dedicar tantos momentos a estar conmigo: jugando, charlando, escuchando, o sencillamente estando ahí.

Gracias, mamá, por escucharme. Por comprender que no sólo se trata de hablar, sino que para forjar a una buena persona, es indispensable escuchar.

Gracias, mamá, por tu ejemplo. Por hacer que tu silencio hablase más que tus palabras a la hora de enseñarme la diferencia entre el bien y el mal. Por ser modelo de comportamiento en quien fijarme a la hora de aprender a vivir.

Gracias, mamá, por tu sinceridad. Por haberme contado toda la verdad sobre mi origen, sobre mi vida y sobre la tuya, sin hacerte la heroína, mostrándote tal como eras y no echando culpas de nada a nadie.

Gracias, mamá, por tu “paternidad”. Por suplir de forma brillante la presencia del padre que no estaba, sabiendo aportar la fortaleza, la seguridad, para que mis carencias afectivas fueran las menos posibles.

Gracias, mamá, por mi padre. Por hablarme bien de él, a pesar de que en su ignorancia te propusiera una “solución rápida” a tu embarazo. Por enseñarme a quererle, por hacer que su imagen estuviera siempre viva a nuestro lado, por destacar siempre su bondad y sus cualidades. Por recordarme cuánto me quería. Por dar un abuelo a tus nietos.

Gracias, mamá, por tu confianza. Por darme siempre un voto de confianza, incluso cuando de joven te engañaba y lo sabías. Por no perder la esperanza en que algún día llegase a ser un buen hombre, a pesar de que a veces lo vieras muy negro.

Gracias, mamá, por la abuelita. Por tenerla siempre contigo y hacer que se convirtiera para mí en el dulce y maternal ayuda, cuando tu ausencia era inevitable. Por permitir que fuera mi refugio y mi consuelo cuando me enfadaba contigo.

Gracias, mamá, por tu educación. Por enseñarme a ser persona desde casa, en el día a día. Por mandarme al mejor colegio, a ese que no podías pagar, pero pagaste. Por mostrarme el valor del trabajo. Por animarme a trabajar desde tan joven y dejar que lo hiciera. Por respetar siempre mi libertad y recordarme que ha de ir de la mano de la responsabilidad.

Gracias, mamá, por tu generosidad. Por ayudarme también en lo material, en lo económico, cuando las cosas no han ido bien, de forma totalmente desinteresada y si pestañear.

Gracias, mamá, por el Baru. Por ese perrucho que fue mi compañero de juegos en los ratos de rebeldía adolescente, cuando me iba a la playa a correr con él.

Gracias, mamá, por mi niñez. Por hacer que yo fuera un niño tan feliz en tan complicadas circunstancias. Por las generosas meriendas a las seis de la tarde con mis amigos. Por la enorme tarta-ciudad de mi décimo cumpleaños, que te curraste a mano. Por mis ‘Baltarini’, aquellas deportivas verdes que no eran de marca pero que adoraba, y con las que corría más que nadie. Por hacer que alguien me enseñara a montar en bici, porque papá no estaba. Por enseñarme que las mejores cosas de la vida, no son cosas.

Gracias, mamá, por mis primos. Por estar siempre cerca de ellos y dejar que fueran los estupendos hermanos mayores que no tuve.

Gracias, mamá, por enseñarme enseñarme que a las personas nunca, hay que juzgarlas, sino respetarlas y quererlas, aunque nos hagan daño.

Gracias, mamá, por transmitirme la fe. Por rezar el rosario en casa cada día, ¡con las letanías en latín, uff!; porque aunque me parecía un rollo, fue semilla que luego dio fruto. Por hablarme de Dios a través de cada cosa que tu hacías. Por respetar mis decisiones equivocadas y dejar que tuviera mis propias caídas.

Gracias, mamá, por tu amor. Por convertir toda tu persona, toda tu existencia, en don gratuito para mí.

Gracias, mamá, por enseñarme a amar.

Hoy te regalo estas palabras desde lo más hondo de mi corazón, y con ellas quiero gritarte ¡GRACIAS!, orgulloso y convencido de que has sido y eres la mejor madre que nadie hubiera soñado tener.

Feliz cumpleaños. Te quiero.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Lozanillos for LIFE

La semana pasada me telefonearon pidiéndome un favor: necesitaban una familia numerosa que estuviera dispuesta a recibir en casa las cámaras de Telecinco, a fin de hacer un reportaje acerca de lo que significa ser padres en tiempos de crisis, aprovechando para preguntarnos nuestra postura sobre el aborto, a propósito de los cambios legislativos anunciados por el Ministro Gallardón y la cercanía del DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA, que se traducirá en unas cuarenta concentraciones en toda España.

Al día siguiente, después de hablar con el periodista por teléfono, vinieron a casa él y un cámara. En teoría, nos grabarían a Lola y a mí unos diez minutos y luego tomarían unos recursos para vestir el reportaje. Pero la cosa se animó, y estuvieron más de tres horas con nosotros. Grabaron hasta la despensa (no es una forma de hablar) y casi se quedan a cenar, ya que entre toma y toma, hablamos de casi todo. Resultaron ser un par de chavales majísimos.

Quien conoce un poco sobre cómo funciona la televisión, sabe que la manipulación informativa al servicio de la ideología es un 'arte' que se aplica a diario. Sin embargo, el reportero de Telecinco nos comentó, al despedirse de nosotros, que lo que habían grabado era totalmente "inmanipulable", porque sencillamente, era verdad y era muy bueno.

El debate se retransmitió el sábado por la noche. Y el cierre fue un vídeo de 3 minutos (no está mal, para haber grabado tres horas) sobre la familia Lozano-Pérez, que al parecer ha tenido bastante éxito entre quienes lo han visto. Mi amigo Borja me ha hecho el favor de extraerlo y pasármelo para poder compartirlo sin tener que tragarse las otras dos horas. Aderezado con una entradilla y un cierre musical, ha quedado esto; espero que te guste: