EL SEÑOR DE LOZANILLOS

Ideas, testimonio, humor y reflexiones para que las piedras del camino sean escalones y no obstáculos.
Para PASARLO BIEN HACIENDO EL BIEN

jueves, 27 de septiembre de 2012

La Santísima Trinidad en mis brazos

En una ocasión, escuché a don Juan Antonio Reig-Plà decir que "... las familias cristianas han de tomar conciencia de ser sujetos de evangelización imprescindibles, como auténticas iglesias domésticas, para lo cual precisan ser escuelas de oración, de catequesis familiar, con presencia activa en escuela y centros educativos... La Iglesia necesita ser de nuevo un hogar de misericordia, y debe activar su acción a través de familias, colegios, parroquias... para acoger a todos los malheridos que la vida ha dejado en la cuneta..."

Sin pretender ser ejemplo de nada, reconozco que estamos viviendo el inmenso regalo de esa toma de conciencia: y es que nuestra familia, lejos de ser un chiringuito cerrado para el auto-regocijo, se está convirtiendo en una especie de imán, al que cada vez se acercan más personas, atraídas por una irresistible Belleza; y no me refiero a la de mi señora esposa -que también- ni a la de mis hijos, ni mucho menos a la mía. La Belleza de la que hablo es la de Cristo, a quien hemos abierto la puerta de casa a través de María y se ha instalado para quedarse. ¡Y vaya si tiene atractivo!

Uno de los frutos más visibles que experimentamos es que nuestra familia crece. No hemos tenido más hijos biológicos que los seis que día a día nos enamoran y unen cada vez más; pero sí que se van sumando nuevos hijos, nuevos hermanos espirituales, con quienes compartimos la fe; a través del grupo de oración, de las peregrinaciones, de la amistad, del compartir, del aprender juntos a convertirnos en don; del amar y ser amados. Como decía Juan Pablo II en un grupo de familias del Camino Neocatecumental, “... el amor desborda y va creciendo, abarcándolo todo...”.

De modo que no podemos menos que decir un enorme GRACIAS a Dios por tanto como nos regala cada día. Es verdad eso del ciento por uno; doy fe de ello.


Hace unos meses, unos catorce de esta gran familia que sigue creciendo, hicimos una peregrinación express: salimos el sábado por la mañana de Madrid, rumbo a Cantabria, para regresar el domingo por la noche. El plan consistió en estar en Garabandal un par de horas y luego llegar a un pueblecito junto a la costa, cerca de Comillas, donde unas monjitas nos darían posada la noche del sábado. Disfrutamos juntos del viaje, de los amigos, de la maravillosa naturaleza del norte de España, pero sobre todo, disfrutamos del Amor de Dios.



Y es que tuvimos el privilegio de poder vivir la Vigilia de Pentecostés de una forma muy especial: en una capilla del convento de aquellas religiosas, junto a ellas, el sacerdote y otros cuatro jóvenes; eso era todo. Pero el Espíritu Santo no necesitaba más para derramarse sobre unos afortunados y debiluchos personajes, como hace dos mil años.

Fue una celebración maravillosa; hasta mis hijos más pequeños estuvieron atentos como nunca a las lecturas, a la homilía... no sé si fue lo mucho que ésta duró, o si fue el ‘descanso en el Espíritu’ pero Jaime, el pequeñajo de cuatro años, cayó dormido en mis brazos como en la segunda parte de la prórroga. Mientras, el apasionado sacerdote, nos hablaba sobre la amistad incondicional de Jesús. Y se dirigió a Tomás, -el de siete años- que atendía interesado, para que le echara una mano con su argumentación:

“Imagínate que estás jugando un partido de fútbol. De repente, cuando vas corriendo con el balón, te hacen la zancadilla, te haces daño y te quedas en el suelo, lastimado. Tu mejor amigo, que juega en tu equipo, ve lo que ha ocurrido y... ¿qué hace? ¿pasa completamente de ti, o se acerca y te ayuda...?”

Viendo la cara de Tomás, intuí enseguida en cuál de sus amigos estaba pensando; uno muy, muy amigo, y muy futbolero, de estos a quienes pierde la pasión. Así que respondió, sin dudarlo...

“Pasaría de mí”

Las risas y la sorpresa de todos no se hicieron esperar, ante tan inesperada y segura respuesta. El sacerdote, muerto de risa por dentro, pero disimulando como podía, para no perder su argumento, insistió:

“Ya, pero... imagínate que realmente te has hecho mucho daño, te lamentas, tratas de levantarte y no puedes. Y tu amigo llega hasta tu lado con preocupación. ¿Qué haría entonces TU MEJOR AMIGO? ¿Te ayudaría o pasaría de ti...?

“Pasaría de mí...” -volvió a responder, sin pestañear.

El pobre cura no podía creerlo. El enano impertinente le estaba chafando su magnífica homilía, mientras el resto de los fieles nos partíamos de risa con la situación. Así que tuvo que pedir auxilio al hermano mayor, Álvaro, quien finalmente le sacó del apuro, haciendo entrar en razón a Tomás, que no terminaba de verlo claro.

Fue un momento desternillante, en el que todos los presentes comprobamos que Dios no sólo es Amor, sino humor.



Como pudo, prosiguió con la homilía, centrándose esta vez en la profundidad de Juan Pablo II, cuando nos decía que no sólo somos imagen y semejanza, sino también presencia de Dios. Imagen... semejanza... y presencia de Dios. ¡Casi nada!

En un momento dado, se vuelve hacia donde estoy sentado, con Jaime profundamente dormido en mis brazos, y me dice:

“Tú... ¿tú eres consciente de a quién tiene cogido en tu regazo?”

Después de cómo iba transcurriendo la homilía, podía pasar cualquier cosa. Y así fue:

“¡La Santísima Trinidad! ¡Tienes en tus brazos a la Santísima Trinidad...!”

Se hizo el silencio. Aquella afirmación nos dejó impresionados a todos; bueno, a todos menos a Jaime, que siguió durmiendo tan plácidamente. Las monjitas le miraban con ternura. Algunos, parecían comprender el misterio de la contemplación, viendo al bendito dormilón, indefenso pero confiado, débil pero seguro, descansando en la certeza de los brazos de su padre.

Somos imagen, semejanza y presencia de Dios; de un Dios que es Comunión y Solidaridad. El cura no se cansó de repetirlo. En la comunión del hombre y la mujer, que corresponde a la comunión intratinitaria de Dios, se manifiesta la imagen y semejanza. Si el ser humano es imagen y semejanza de Dios en cuanto a la llamada a ser comunión de personas, si somos semejantes a un Dios abajado y hecho carne, somos también presencia suya, templo suyo. Si  en verdad nos creemos esto... ¿Por qué no somos como Jaime y nos abandonamos en los brazos del Padre? ¿Por qué nunca terminamos de hacernos como niños?