EL SEÑOR DE LOZANILLOS

Ideas, testimonio, humor y reflexiones para que las piedras del camino sean escalones y no obstáculos.
Para PASARLO BIEN HACIENDO EL BIEN

viernes, 24 de febrero de 2012

El enigma del vendedor de cupones

Las mejores anécdotas son las que se sufren en carne propia, porque de ese modo uno se puede reír de quien las padece sin faltar a la caridad. Y es que reírse de uno mismo es de las cosas más sanas que hay.


Ayer quedé con una amiga para tomar un café. Ella trabaja vendiendo cupones de la ONCE en un quiosco, y el plan era quedar allí mismo a la hora en que terminaba su turno de mañana. Iba a ser la primera vez que visitara su lugar de trabajo.

Me acerqué en guagua, pues tengo la moto estropeada, y me bajé en la parada más cercana. Eché a caminar y vi que había dos puestos, más o menos equidistantes, a unos doscientos metros el uno del otro. El de mi derecha coincidía más con las indicaciones que me tenía, así que hacia él me encaminé.

Al llegar, me asomé discretamente por el ventanuco de atención al público para descubrir que me había equivocado: allí había un tipo con barba, seguramente ciego porque tenía puestas unas gafas de sol. De manera que seguí caminando y llamé a mi amiga para confirmar que estaría en el otro quiosco.

- "¿Sí?"

- "Hola Espe, soy Rafa. Oye, de los dos puestos que hay, el tuyo es el que está frente al banco de Santander, ¿verdad?"

- "No, no, el mío es el otro: en esa calle pero más abajo, justo delante de un Kentucky... Ya estoy llegando, que es que había salido un momento".

En ese mismo instante, la vi a lo lejos. Regresaba de hacer una gestión en su oficina bancaria y se disponía a entrar por la puerta del quiosco. Deduje entonces que el puesto por el que yo había pasado era el correcto y que, seguramente, habría dejado un momento al tipo de barba para no desatender el negocio aquellos cinco minutos. Llegué hasta ella cuando acababa de entrar y pensé que estaría haciendo el "cambio de guardia" con aquel hombre.

- "¡Ya estoy aquí!"

- "¿Qué tal, hermoso? ¡Qué poco has tardado!" -me dijo-.

Miré dentro del cubículo de un metro cuadrado... ¡y sólo estaba ella!

- "Oye, ¿y el tío que estaba aquí hace un momento?"

- "¿Dónde?"

- "Aquí dentro, en tu puesto; vendiendo cupones. Cuando pasé, me asomé y había un hombre ciego... bueno, llevaba gafas de sol".

- "¡Que aquí no había nadie; que sólo entro yo...!".

- "No puede ser, pero si acabo de verlo hace un minuto..."

- "Pues no hijo, ya te digo yo que no. ¿En qué estarías tú pensando"

Espe se disponía a cerrar el quiosco y yo no dejaba de mirar, con las esperanza de comprender algo de aquel embrollo. Vi entonces que el ventanuco por el que se atiende a los clientes tiene una portezuela metálica con unas rejas. Rodeé el puesto como un perrillo que olfatea su terreno y me situé frente al ventanuco, aún incrédulo. Ella me miraba pensando que estaba chalao. Y de repente...

- "¡Noooo!"

- "¿Pero qué te pasa ahora, chico... qué te ha dao?"

- "¡Jua, jua, jua... JUA, JUA, JUA!... mira, Espe: ponte aquí, a mi lado y mira... me parece que quien va a tener que vender cupones soy yo, JUA, JUA, JUA... no me lo creo!"

Espe empezó también a reír a carcajada limpia y juntos nos dirigimos al bar, a tomar ese café. El enigma se había resuelto por fin: claro que había un tipo con barba y gafas de sol que atendía el quiosco de Esperanza mientras ella iba al banco... sólo que no era ciego; ERA YO MISMO, reflejado en la portezuela metálica de la ventanilla. No lo podíamos creer.

¡Dios, cuánto nos reímos!... todavía hoy me duele la tripa de tanto reír. Y qué sano fue para mi orgullo.

Cuaresma: ¿te atreves?

Un pasito cada día y a la vuelta hablamos...