EL SEÑOR DE LOZANILLOS

Ideas, testimonio, humor y reflexiones para que las piedras del camino sean escalones y no obstáculos.
Para PASARLO BIEN HACIENDO EL BIEN

miércoles, 8 de febrero de 2012

Cuestión de amor

Lola y yo acudimos anoche a la presentación de “Comprender y sanar la homosexualidad”,  un libro que recientemente ha estado en la picota informativa, debido a que se retiró de algunas librerías ante la acusación de que su contenido fomentaba la homofobia y atentaba contra los derechos del colectivo gay. El interés no estaba tanto en el propio libro como en la presencia en la sala de su autor, Richard Cohen, un psicoterapeuta norteamericano que vivió durante años como homosexual y que hoy, después de un duro y complicado camino de sanación personal, vive feliz junto a su esposa y sus tres hijos, dedicándose a ayudar a personas que tienen sentimientos homosexuales no deseados y que buscan recuperar su orientación sexual como varón o mujer.

Pincha aquí para saber más sobre el libro

La polémica estaba servida. Álex Rosal, el editor, comenzó su discurso agradeciendo la hospitalidad al anfitrión del evento, la Universidad San Pablo CEU, ya que otros se habían excusado a ceder sus instalaciones para un acto tan políticamente incorrecto. Explicó a continuación que el libro se había publicado en 2004, tras haber conocido de primera mano las experiencias de dos personas que vivían con dolor su atracción hacia el mismo sexo; algo que ni deseaban ni comprendían. Fue aquello lo que animó a Álex a publicarlo, con el fin de ayudar a quienes estuvieran atravesando por una situación similar, y después de comprobar que casi no existían en España obras divulgativas con este enfoque, mientras que había unas dos mil de afirmación pro-gay.

Rosal se refirió entonces a cómo, el pasado diciembre, la editorial Libros Libres y él mismo habían sido objeto de una campaña difamatoria, que atropellaba bruscamente la libertad de expresión, y que pretendía la retirada del mercado del libro de Cohen. Invitó entonces a quienes le tachaban de homófobo a leer la publicación, en la que incluso hay un capítulo dedicado a ‘curar la homofobia’.

Fue el turno entonces para Richard Cohen. El silencio se podía cortar; la expectación de los doscientos asistentes era enorme, en una sala abarrotada y deseosa de escuchar lo que aquel americano ex-gay tuviera con contar. Había de todo: terapeutas, periodistas, representantes de ONGs, curiosos, escritores, afectados, jóvenes y viejos; incluso dos monjas guadalupanas, que daban un toque pintoresco con su llamativo hábito y su sonrisa contagiosa. Empezó a hablar. Lo primero que hizo fue agradecer a Álex Rosal por su valentía, que expresó gráficamente con un gesto que todos entendimos perfectamente, haciendo alusión a “... his balls...”, aunque fue traducido como ‘agallas’. Se levantó, fue hacia él y se fundieron en un largo abrazo, rubricado por un par de besos.

Apenas dedicó unos minutos a presentarse y dar una pincelada sobre su vida; emocionado, explicó que estaba allí ‘gracias a Dios’, ya que quien fue su novio durante años había muerto por el sida. Y anticipó que lo que él hacía era una cuestión de amor; que no se trataba de “querer que la gente hiciera tal o cual cosa”, sino de querer A la gente. Dijo que prefería que fuéramos nosotros quienes le preguntáramos, y que si alguien prefería no plantear una cuestión en público, le ofrecía su tarjeta para contactar personalmente. Enseguida empezaron a levantarse manos, y las preguntas fueron cayendo poco a poco: que si el homosexual nace o se hace, que cómo fue su proceso, que cómo lo llevan sus hijos, que porqué tanta presencia mediática del lobby gay... todas eran preguntas imaginables dentro del contexto que nos reunía allí. Hasta que un joven, que teníamos justo detrás, puso el dedo en la llaga: 

- “... soy gay y le hablo desde el respeto, igual que usted lo ha hecho. Además, he estado en la Iglesia Católica, incluso he sido catequista, hasta que he comprendido lo que soy. ¿Por qué se empeña usted en curarnos? ¿Qué le hace pensar que queremos hacerlo? ¿No se podría revertir también la heterosexualidad a homosexualidad a través de su terapia?...”

A esta intervención siguió la de otro chico, también homosexual. Y luego la de otro. La tensión se hizo patente por momentos, pero Cohen seguía sonriendo y gesticulando amablemente, sin sorprenderse en absoluto por la situación. Incluso pareció alegrarse por aquellas preguntas que alguno no dudaría en calificar como provocadoras o “fuera de lugar”. Pero Richard, al principio de su intervención, había dejado claro que sabía que en la sala estaban presentes “algunos de sus hermanos gays y lesbianas”
  • “¡Os amo!” -les gritó- “y no dudaría en dar mi vida por cualquiera de vosotros”
En cualquiera de los casos, y gustara o no a los asistentes, la valiente participación pública de aquellos jóvenes y la respuesta que obtuvieron, se convirtieron en un bellísimo ejercicio de respeto, tolerancia de la buena y libertad de expresión.
Cuando terminaba el turno de preguntas, justo antes de comenzar a dar respuesta a ellas, un hombre de unos de cincuenta años se incorporó y tomó la palabra: 
  • “... me llamo Antonio. Durante treinta años he vivido como homosexual. Tengo el VIH. Así que pueden imaginar que he conocido unas cuantas cosas. Tengo amigos y familiares homosexuales y les sigo queriendo con locura; siguen siendo mis hermanos. En 2006 tuve conocimiento de unas personas que se dedicaban a lo mismo que usted. Empecé la terapia y mi vida cambió. Ahora soy capaz de mirar y hablar a un hombre como un hombre. Soy feliz. Le quiero dar las gracias por lo que hace; hay muchísima gente que lo necesita...
Richard Cohen estuvo dando respuesta a todas las cuestiones, una por una, durante más de una hora. En todo momento centró su mensaje, más allá de síntomas o aspectos técnicos, en la clave de su terapia: EL AMOR. Nos recordó que todos, independientemente de nuestra tendencia sexual, estamos ‘hechos polvo’; que todos necesitamos amar y ser amados para poder ser felices. Y lo transmitió como una experiencia viva y vivida, sin trampa ni cartón. Recalcó varias veces que, ni con su libro ni con sus palabras, quería herir a nadie; y que si alguno conocía unas palabras mejores que las que él utilizaba para expresarse, le pedía que lo compartiera para aprender a ser mejor. 

En un momento dado, se incorporó y bajó del estrado, acercándose a los chicos homosexuales que habían preguntado. Más tensión. Se situó frente al más alto y corpulento, al que invitó a levantarse. Puso sus manos en la cara del joven -tenso como casi todos en la sala- y le empezó a acariciar, mientras le decía palabras llenas de amor, de comprensión, de afecto. Situó su mano en el corazón del chico, siguió hablando un poco más y terminó dándole un emotivo abrazo. La cara del grandullón pasó de la autodefensa a la sorpresa y de la sorpresa alivio, al punto que él mismo abrazó a Cohen, y sus ojos sostuvieron las lágrimas con dificultad, mientras asentía con la cabeza y sonreía, como gesto de aprobación. Sólo Dios y él mismo saben qué sucedió en su corazón gracias a ese abrazo fraterno, ese acto de amor desinteresado, tierno y comprensivo. 

Richard Cohen nos regaló a todos una lección de humanidad que va mucho más allá de estrategias. Nos dijo que la solución no está en políticos, ni en gobiernos de uno u otro color; ni en los medios, ni en el poder o el dinero, sino que es cuestión de Amor. Nos dijo que la solución somos nosotros, cuando nos decidimos a hacer aquello para lo que un día fuimos creados, como fruto del infinito Amor de Dios: AMAR y SER AMADOS.

Gracias, Richard. Gracias, Álex.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

El milagro navideño de un padre sin cabeza

Anoche recibimos nuestro primer regalo de Navidad. ¿Regalo? Sí, aunque creo que debería llamarlo, más bien, milagro.



Después de diez años en Madrid, estas iban a ser las primeras navidades que pasaríamos en casa, con la familia. La excusa perfecta era la boda de Nuria y Fer, de la que supimos a primeros de octubre. De modo que, saliéndome del habitual guión en blanco de nuestra vida, saqué los billetes para Lola y los niños -yo iría días más tarde-... ¡con dos meses y medio de antelación! Nunca jamás había hecho algo así con tanto tiempo; inmediatamente sentí que me estaba haciendo mayor, a la vez que pensé que en realidad no estaba mal tener algo atado por una vez en la vida.

Ayer llegó el día del viaje y les llevé al aeropuerto con tiempo de sobra, los asientos reservados y las tarjetas de embarque sacadas por internet; "... definitivamente, me hago mayor..." -pensé- pues tampoco es normal en mí llegar a ninguna parte con tanto tiempo.

Pasamos con chulería a los mostradores 'Drop Off', esos en los que sólo dejas las maletas, porque has sido buen chico y has llegado con los deberes hechos en forma de tarjetas de embarque impresas a todo color. Saludé con mi mejor sonrisa al chico que atendía, seguro de llevar encima toda la documentación necesaria para poder embarcar, incluso aquello que habitualmente olvido, como el carné de familia numerosa. Agarró las tarjetas, se colocó bien las gafas y tragando saliva, me dijo:

- "Oiga, señor: creo que aquí hay un error. Estos billetes son para viajar de Gran Canaria a Madrid, no de Madrid a Gran Canaria."

Yo le respondí, con la seguridad aplastante que me caracteriza en estos casos, sonriendo y tuteándole, para sembrar un clima más navideño y distendido:

- "No, hombre, no... míralo bien: se trata del vuelo de las 20:15 y además, los tengo desde octubre. Mira, este es el localizador, compruébalo bien, por favor".

Lo comprobó y me dijo que no había ningún error, que los billetes eran para ir de Gran Canaria a Madrid y que además, no había ningún vuelo Madrid-Las Palmas a las 20:15. Me volví un momento hacia atrás. Lola y los niños contemplaban ojipláticos la escena: o la compañía aérea había cometido un gravísimo error  o el pater familiae había metido la pata hasta el fondo. Pregunté entonces al chico, que veía en mi cara una expresión entre impotencia y mal-padre-que-deja-tirados-a-los-suyos-en-Navidad, y nos invitó a acercarnos al departamento de venta de billetes de la compañía, para ver si allí podían hacer algo.

- "Tranquilos" -les dije a los míos- "Voy ahora mismo a que nos arreglen esto, porque debe haber  un error; estos tíos son la leche..."

Una señorita me atendió amablemente, comprobó el "error" y constató lo que yo había empezado a sospechar: que al sacar los billetes, en octubre, con tanto tiempo, yo solito y sin nadie que me molestara, había sacado los billetes... ¡al revés!. Comprobó si existía la posibilidad de cambiarlos, pero era más barato sacar unos nuevos. El pequeño problema era que, dadas las fechas, cada billete nos saldría por más de cuatrocientos euros: exactamente lo que me habían costado la suma de todos cuando los saqué, dos meses y medio atrás. Pregunté, rogué, supliqué, puse la tierna cara del gato con botas de Shrek, pero nada sirvió; no sólo era un dineral que no teníamos, sino que no había billetes para esa noche, cosa que comprobé dedicando diez minutos a buscar otras posibilidades en otras compañías en uno de esos ordenadores del aeropuerto. Así que, derrotado, me di la vuelta y con el corazón 'partío', les dije:

- "Chicos: nos vamos casa".

Jaime y Tomás empezaron a llorar, diciendo: "Yo me quiero ir a Canarias con mi hermana y mis abuelooos..." Pero no había nada que hacer. Regresaríamos, resignados y alicaídos, con la cabeza llena de planes navideños que se iban desmoronando como un muñeco de nieve en plena playa. Lola me miraba con gesto de incredulidad; su expresión lo decía todo: "... Rafa, ¿dónde tienes la cabeza?..." Me sentía fatal; por un absurdo despiste, me había cargado las ilusiones de toda mi familia, tanto de los que estaban conmigo como de Carlota, los abuelos y los primos que nos esperaban en Las Palmas. ¡Qué desastre!

Me acordé, en ese momento, de la película "La vida es bella" y de cómo Roberto Benigni, en una situación terrible en el campo de concentración, hace vivir aquel drama a su hijo como un juego, como una aventura. No podía dejar que mis hijos se hundieran, debía sobreponerme y animarles, dar la vuelta a la tortilla y tratar de encontrar lo positivo de aquella absurda situación, aunque no tenía idea de cómo hacerlo. Vi entonces que Marta y Elena, por su cuenta, habían empezado a rezar en Rosario mientras todo sucedía, y cómo los pequeños habían empezado a jugar a resbalar en el suelo de mármol. La pobre Lola, bastante hacía con no 'matarme' y aguantar el tipo con una sonrisa que me ayudaba a no hundirme. Comprobé, una vez más, que tengo una familia que no merezco y que me ama tal como soy y a pesar de cómo soy.

Salíamos ya por la puerta de la terminal, dirigiéndonos hacia la furgoneta para regresar a casa. Yo iba el último, junto a Álvaro, cargando con los bultos más pesados. De repente, algo me hizo mirar a la derecha. Un joven, trajeado y con gesto serio, caminaba hacia nosotros. Me detuve por un momento, queriendo descubrir que venía a ofrecernos su ayuda. No me equivoqué. Aquel chico me miró y se dirigió a mí, diciéndome:

- "Hola, ¿son ustedes la familia que...?

- "¡Sí, sí, somos nosotros!" -le interrumpí, sin dejar que terminara la frase, intuyendo que traía con él la respuesta a las plegarias que mis chicas habían puesto en marcha un rato antes.

- "Mire" -me dijo- "me hago cargo de lo tremendo de su situación, así que vamos a tratar de hacer algo, como un especialísimo favor. Intentaremos usar los billetes de vuelta para tratar de cambiarlos por el vuelo que sale dentro de dos horas. Eso sí, le adelanto que el vuelo está repleto y que lo único que puedo ofrecerles es ponerles en lista de espera por si alguien falla. Vuelvan por aquí a las nueve y cinco y veremos si hay plazas libres. Es todo lo que puedo hacer, lo lamento."

No sé si era un supervisor de la compañía aérea, un ángel o un paje real; pero desde luego, le agradecí de corazón semejante regalo. Nos acercamos al mostrador para prepararlo todo y comprobé que el chico que nos había atendido al principio, ese al que me había dirigido con mi mejor sonrisa y mi mayor chulería, era quien se había "chivado" de nuestra complicada y patética situación y quien había tocado la tecla necesaria para agotar todas las posibilidades para no quedarnos en tierra.

Nos acercamos con todo el equipaje al fondo de la terminal, sin dejar de tener a la vista los mostradores de facturación, adonde no dejaban de llegar más y más viajeros. Nos sentamos y nos pusimos a hablar, a leer, a jugar... hasta que Marta nos propuso nuevamente rezar el Rosario. Así lo hicimos, llevando cada uno un Misterio y pidiendo que Alguien nos echara una mano para que quedasen al menos seis plazas libres en el vuelo. Fue la hora y diez minutos de espera más larga de nuestra vida.

A las nueve y tres minutos, Lola y yo nos acercamos tímidamente al mostrador, con el corazón en un puño y la esperanza en que un regalo de Navidad llegaría para nuestros hijos en forma de plazas libres de última hora.

- "Pasen por aquí y traigan el equipaje".

La cara de nuestro ángel-supervisor-de-la-guarda lo decía todo: ¡había plazas! Facturamos las maletas, agradecimos a los dos el interés y el cariño para con nosotros, les felicitamos la Navidad y los pequeños se pusieron a contarles sus planes navideños. Alguna lagrimilla llegó a saltar, a uno y otro lado de los mostradores.

Acompañé a los míos al acceso de embarque y nos despedimos entre risas nerviosas, llenos de agradecimiento al Niño Jesús por semejante regalo navideño. Viajaron, desperdigados cada uno en una zona del avión, pero viajaron. Lola consiguió que alguien le cambiara el sitio para ir junto a Jaime. Todos estuvieron bien atendidos.

Esta mañana, hablando por teléfono, Lola me confirmó mi sospecha:

- "Rafa, no te lo vas a creer: el avión iba totalmente lleno y no aparecieron ni cinco plazas, ni tres, ni siete ni nueve. Aparecieron seis, justamente seis; nuestras seis plazas. Ha sido un milagro, no me cabe duda."

Hay quien dirá ¡qué suerte! o ¡qué casualidad!. Yo creo que es más sencillo: hay Alguien ahí que nos quiere, nos ama y vela por nosotros. Y a veces nos deja llegar a situaciones límite, de las que siempre saca algo bueno. En este caso, no sólo ha sido el poder ir, sino lo que se llevan 'en la buchaca' esos chicos del personal de tierra que tanto nos ayudaron. Y es que, cuando uno da sin esperar nada a cambio, cuando uno AMA, recibe muchísimo más de lo que da; algo así como el ciento por uno. De momento, tienen nuestro agradecimiento, nuestro cariño y nuestras oraciones.

Que Dios les bendiga. Y a vosotros. FELIZ NAVIDAD

jueves, 15 de diciembre de 2011

lunes, 28 de noviembre de 2011

Adviento: presencia comenzada de DIOS mismo

(...) es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso, nos recuerda dos cosas:


Que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que Él ya está presente de una manera oculta.


Que esa presencia de Dios que acaba de comenzar, aún no es total, sino que está en proceso de crecimiento y maduración (...)

Son palabras del entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Lee AQUÍ el texto entero; merece la pena.
Mientras, te comparto un práctico regalo que acabo de recibir, para poder vivir un feliz Adviento:
Para imprimir y poner en un lugar visible...

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Que hablen de ti, aunque sea bien...


Hace unos días, charlábamos en casa acerca del misterio del mal. Tratábamos de explicar a los niños que las personas no son malas, sino que hacen cosas malas. Pero claro, resulta que los actos que llevamos a cabo nos van convirtiendo en cómo somos y en quiénes somos.

Comentamos también el hecho de que, aun en las peores personas, siempre se puede encontrar un atisbo de bondad, por pequeño que sea.

Y terminamos la conversación con un reto: tratar de dejar a un lado la crítica, el juicio, el desprecio y la indiferencia, para sustituirlas por la búsqueda de aquello que hay de bueno en cada uno, desde una mirada tan necesaria como ausente en nuestra sociedad: la del amor.

El fruto de esa tarde de sobremesa es un nuevo blog. Se llama

LO BUENO QUE HAY EN TI
(pincha para acceder)

Es posible que, algún día, seas tú el protagonista del post.

Espero que te guste… y que te sirva, como ya me está sirviendo a mí.

¡Empezamos!

viernes, 4 de noviembre de 2011

Para todos

¿Te reconoces en alguno de estos?

¿Quieres vivir un fin de semana inolvidable?

¿Sientes que necesitas cambiar algo en tu vida, pero no sabes qué ni cómo?

Quizás, entonces, esto sea para ti.

Primero, mira y escucha:


Y ahora, si quieres más información, sigue leyendo para conocer los detalles.

Pero date prisa...






miércoles, 2 de noviembre de 2011

El pelo madrón

Si de una cosa me arrepiento de mis 16 años de paternidad, es de no haber apuntado, una a una, las divertidísimas anécdotas que cada uno de nuestros hijos nos han regalado, con tanta gracia como inocencia.



La última, de Jaimote -el benjamín- hace unos días: según él, todo el mundo tiene el pelo marrón. O eso pensaba...

Estamos en el salón de casa con Ana y Camilo y de repente suelta, el enano, con su vocecilla de pito:

- "... pues todo el mundo tiene el pelo madrón (marrón)..."

Y Camilo, sabio pedagogo donde los haya, le mira con cariño y le corrige:

- "... no, Jaimito... mira: Ana sí que tiene el pelo marrón, ¿lo ves? Sin embargo, yo... ¿de qué color tengo el pelo?

A lo que Jaime, que es pequeño pero no tonto, responde:

- "... negro, tú tienes el pelo negro..."

Vuelve, entonces la cabeza hacia Lola y dice, reafirmándose en su primera teoría:

- "...¿lo ves? mi madre también tiene el pelo madrón..."

Luego, se agarra un mechón del suyo y, cada vez más convencido, exclama:

- "... ¡y mi pelo también es madrón!..."

Y claro, tenía que pasar: ¿quién era el quinto elemento en la sala? El papá de Jaimito. De modo que, me mira a los ojos... me mira la calva... vuelve a mirarme a los ojos... y afirma:

- "... pues mi padre tiene el pelo color carne..."

¡Ahí queda eso! Amor de hijo, sí señor.