Lola y yo acudimos anoche a la presentación de “Comprender y sanar la homosexualidad”, un libro que recientemente ha estado en la picota informativa, debido a que se retiró de algunas librerías ante la acusación de que su contenido fomentaba la homofobia y atentaba contra los derechos del colectivo gay. El interés no estaba tanto en el propio libro como en la presencia en la sala de su autor, Richard Cohen, un psicoterapeuta norteamericano que vivió durante años como homosexual y que hoy, después de un duro y complicado camino de sanación personal, vive feliz junto a su esposa y sus tres hijos, dedicándose a ayudar a personas que tienen sentimientos homosexuales no deseados y que buscan recuperar su orientación sexual como varón o mujer.
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La polémica estaba servida. Álex Rosal, el editor, comenzó su discurso agradeciendo la hospitalidad al anfitrión del evento, la Universidad San Pablo CEU, ya que otros se habían excusado a ceder sus instalaciones para un acto tan políticamente incorrecto. Explicó a continuación que el libro se había publicado en 2004, tras haber conocido de primera mano las experiencias de dos personas que vivían con dolor su atracción hacia el mismo sexo; algo que ni deseaban ni comprendían. Fue aquello lo que animó a Álex a publicarlo, con el fin de ayudar a quienes estuvieran atravesando por una situación similar, y después de comprobar que casi no existían en España obras divulgativas con este enfoque, mientras que había unas dos mil de afirmación pro-gay.
Rosal se refirió entonces a cómo, el pasado diciembre, la editorial Libros Libres y él mismo habían sido objeto de una campaña difamatoria, que atropellaba bruscamente la libertad de expresión, y que pretendía la retirada del mercado del libro de Cohen. Invitó entonces a quienes le tachaban de homófobo a leer la publicación, en la que incluso hay un capítulo dedicado a ‘curar la homofobia’.
Fue el turno entonces para Richard Cohen. El silencio se podía cortar; la expectación de los doscientos asistentes era enorme, en una sala abarrotada y deseosa de escuchar lo que aquel americano ex-gay tuviera con contar. Había de todo: terapeutas, periodistas, representantes de ONGs, curiosos, escritores, afectados, jóvenes y viejos; incluso dos monjas guadalupanas, que daban un toque pintoresco con su llamativo hábito y su sonrisa contagiosa. Empezó a hablar. Lo primero que hizo fue agradecer a Álex Rosal por su valentía, que expresó gráficamente con un gesto que todos entendimos perfectamente, haciendo alusión a “... his balls...”, aunque fue traducido como ‘agallas’. Se levantó, fue hacia él y se fundieron en un largo abrazo, rubricado por un par de besos.
Apenas dedicó unos minutos a presentarse y dar una pincelada sobre su vida; emocionado, explicó que estaba allí ‘gracias a Dios’, ya que quien fue su novio durante años había muerto por el sida. Y anticipó que lo que él hacía era una cuestión de amor; que no se trataba de “querer que la gente hiciera tal o cual cosa”, sino de querer A la gente. Dijo que prefería que fuéramos nosotros quienes le preguntáramos, y que si alguien prefería no plantear una cuestión en público, le ofrecía su tarjeta para contactar personalmente. Enseguida empezaron a levantarse manos, y las preguntas fueron cayendo poco a poco: que si el homosexual nace o se hace, que cómo fue su proceso, que cómo lo llevan sus hijos, que porqué tanta presencia mediática del lobby gay... todas eran preguntas imaginables dentro del contexto que nos reunía allí. Hasta que un joven, que teníamos justo detrás, puso el dedo en la llaga:
- “... soy gay y le hablo desde el respeto, igual que usted lo ha hecho. Además, he estado en la Iglesia Católica, incluso he sido catequista, hasta que he comprendido lo que soy. ¿Por qué se empeña usted en curarnos? ¿Qué le hace pensar que queremos hacerlo? ¿No se podría revertir también la heterosexualidad a homosexualidad a través de su terapia?...”
A esta intervención siguió la de otro chico, también homosexual. Y luego la de otro. La tensión se hizo patente por momentos, pero Cohen seguía sonriendo y gesticulando amablemente, sin sorprenderse en absoluto por la situación. Incluso pareció alegrarse por aquellas preguntas que alguno no dudaría en calificar como provocadoras o “fuera de lugar”. Pero Richard, al principio de su intervención, había dejado claro que sabía que en la sala estaban presentes “algunos de sus hermanos gays y lesbianas”.
- “¡Os amo!” -les gritó- “y no dudaría en dar mi vida por cualquiera de vosotros”.
En cualquiera de los casos, y gustara o no a los asistentes, la valiente participación pública de aquellos jóvenes y la respuesta que obtuvieron, se convirtieron en un bellísimo ejercicio de respeto, tolerancia de la buena y libertad de expresión.
Cuando terminaba el turno de preguntas, justo antes de comenzar a dar respuesta a ellas, un hombre de unos de cincuenta años se incorporó y tomó la palabra:
- “... me llamo Antonio. Durante treinta años he vivido como homosexual. Tengo el VIH. Así que pueden imaginar que he conocido unas cuantas cosas. Tengo amigos y familiares homosexuales y les sigo queriendo con locura; siguen siendo mis hermanos. En 2006 tuve conocimiento de unas personas que se dedicaban a lo mismo que usted. Empecé la terapia y mi vida cambió. Ahora soy capaz de mirar y hablar a un hombre como un hombre. Soy feliz. Le quiero dar las gracias por lo que hace; hay muchísima gente que lo necesita...”
Richard Cohen estuvo dando respuesta a todas las cuestiones, una por una, durante más de una hora. En todo momento centró su mensaje, más allá de síntomas o aspectos técnicos, en la clave de su terapia: EL AMOR. Nos recordó que todos, independientemente de nuestra tendencia sexual, estamos ‘hechos polvo’; que todos necesitamos amar y ser amados para poder ser felices. Y lo transmitió como una experiencia viva y vivida, sin trampa ni cartón. Recalcó varias veces que, ni con su libro ni con sus palabras, quería herir a nadie; y que si alguno conocía unas palabras mejores que las que él utilizaba para expresarse, le pedía que lo compartiera para aprender a ser mejor.
En un momento dado, se incorporó y bajó del estrado, acercándose a los chicos homosexuales que habían preguntado. Más tensión. Se situó frente al más alto y corpulento, al que invitó a levantarse. Puso sus manos en la cara del joven -tenso como casi todos en la sala- y le empezó a acariciar, mientras le decía palabras llenas de amor, de comprensión, de afecto. Situó su mano en el corazón del chico, siguió hablando un poco más y terminó dándole un emotivo abrazo. La cara del grandullón pasó de la autodefensa a la sorpresa y de la sorpresa alivio, al punto que él mismo abrazó a Cohen, y sus ojos sostuvieron las lágrimas con dificultad, mientras asentía con la cabeza y sonreía, como gesto de aprobación. Sólo Dios y él mismo saben qué sucedió en su corazón gracias a ese abrazo fraterno, ese acto de amor desinteresado, tierno y comprensivo.
Richard Cohen nos regaló a todos una lección de humanidad que va mucho más allá de estrategias. Nos dijo que la solución no está en políticos, ni en gobiernos de uno u otro color; ni en los medios, ni en el poder o el dinero, sino que es cuestión de Amor. Nos dijo que la solución somos nosotros, cuando nos decidimos a hacer aquello para lo que un día fuimos creados, como fruto del infinito Amor de Dios: AMAR y SER AMADOS.
Gracias, Richard. Gracias, Álex.