(...)
Descubrí que no todo estaba perdido porque al pie del acantilado, donde las olas rompían con más rabia, había unas cuantas mujeres ayudando a salir del agua a las que habían caído. Incluso algunas se sumergían, poniendo en riesgo su propia vida, para rescatar del fondo a quienes estuvieran dispuestas a agarrar su mano. Entre ellas, me pareció distinguir a María José, a Victoria y otra vez a Esperanza.
El rasgo común de las que salían del agua, ayudadas por una mano amiga y desconocida, era su expresión: una terrible ausencia de esperanza apagaba sus rostros y sus miradas se perdían en el vacío. Habían sido víctimas de un doble engaño: el de acceder al abismo como su única salida y, una vez abajo, el sentimiento de que todo estaba perdido.
Algunas de ellas tomaban una actitud extraña: pretendían mostrarse felices, desenfadadas, como si nada les hubiera sucedido. Y cuando recibían el ofrecimiento de ayuda, se exaltaban e insultaban a quienes pretendían hacerlo, diciéndoles que estaban perfectamente. Era muy raro, porque en mi sueño, yo veía a cada persona tal y como era: con sus heridas, con sus carencias afectivas, con sus dolores, reflejados en el cuerpo. Y esas mujeres, que decían no necesitar ayuda, estaban realmente malheridas y nadie parecía verlo. Y seguían, huyendo de la realidad, a unos mentirosos que se escondían en frías y oscuras cuevas, junto al acantilado, que les decían:
- "Tranquila, pero si no te pasa nada... tú estás perfectamente y has hecho lo que debías... ven con nosotros; estarás bien..."
Aquellos personajes tenían el corazón negro; y siempre hablaban situándose de espaldas al sol, para que nunca pudiesen ver sus verdaderos rostros, carcomidos por el odio.
Sin embargo, había otras buenas personas; unas ayudaban con su sabiduría, sus consejos, su escucha, su tiempo. Algunos hombres, vestidos de negro, les regalaban aceite para sus heridas a cambio de un poco de su dolor; y les invitaban a conocer a su Jefe, que según decían, era el mayor productor aceitero del mundo.
Tras observar, me acerqué con cuidado, tratando de pasar inadvertido, y pude contemplar conversaciones sinceras entre mujeres, con una enorme carga emocional y llenas de misericordia. Unas ayudaban a las otras, compartiéndoles su testimonio: “... yo hace tiempo, también salté del precipicio... yo lo hice tres veces y hasta que no bajé la cabeza y acepté que estaba mal, mi vida fue un infierno... yo aún tengo pesadillas...” Era un lenguaje lleno de amor, de gratuidad, de verdad y de comprensión. Y se les invitaba a comenzar un camino de sanación, en el que curar las heridas del cuerpo y del alma; en el que perdonar y ser perdonadas. En el que aprender a amar.
Tardaban meses, años... pero muchas de aquellas lograban regresar a la pradera. Algunas decidían convertir su vida en un servicio a las que seguían cayendo al abismo, respondiendo así a la llamada de la fecundidad; era su forma de dar vida y devolver el amor recibido, dando así sentido a su vocación esponsal. El ser para otro les devolvía a la senda de la felicidad, a una vida nueva, con esperanza e ilusión.
Regresé entonces a la pradera, muy pensativo. Había visto personas tratando de evitar las caídas al vacío. Había visto a otras atendiendo a quienes ya se habían precipitado. Pero no comprendía nada. ¿Qué sentido tenía todo aquello? ¿Qué tipo de fuerza empujaba a tantas mujeres a dar un paso tan terrible, tan absurdo, ofreciéndose como una salida y volviéndose luego en su contra, con el amargo fruto de la desesperanza? Tenía que encontrar una respuesta a mis interrogantes, consciente de que mi sueño era demasiado real y no podía terminar así.
Anochecía. Caminaba sin rumbo, absorto en mis pensamientos, cuando un fugaz destello arrebató mi atención; vi entonces un faro, enorme, a lo lejos. Su cálida luz envolvía, a su paso, todo cuanto alcanzaba a ver.
- "Qué raro... juraría que antes no había ningún faro por aquí" -me dije-.
Sin pensarlo, me encaminé hacia él con paso decidido, presintiendo que al hacerlo, encontraría las respuestas que necesitaba.
(CONTINUARÁ...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario